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martes, 7 de junio de 2011

DIARIO DE UN MAESTRO (Crónica)

Al igual que cualquier empleado de este país, desde el domingo se llena de energías y antes de ir a la cama organiza en su mente el plan de trabajo para día siguiente, cuando ya todo parece listo le agradece a su dios la oportunidad de vivir y colocando la cabeza en la almohada se queda dormido, esperando descansar lo suficiente para el día que le espera. 
   
A las 4:30 de la mañana suena el despertador que interrumpe el sueño y el descanso, para anunciar que ha llegado la hora de levantarse y darle comienzo no solo al nuevo día sino a la nueva semana; con rapidez se levanta y mientras toma un baño con agua bien fría, en la estufa se calienta el café que le servirá de tragos y le ayudarán a resistir el largo viaje que le espera. Antes de salir coge el morral, se echa al hombro el mercado y con la mano que le queda libre empuña la bolsa llena de encargos para  la gente de la vereda. A las 5:30 en punto arranca la chiva, que a pesar de los huecos, lodo, subidas y bajadas llega a la vereda Guayabal, una hora después de haber emprendido el viaje. Allí lo espera Don Horacio con la mula ya lista, y emprende otra hora de camino que termina al llegar a la escuela.

A las 7:30 por fin se toca el suelo del patio de la escuela, que ya Doña Martha ha dejado limpio y sin basuras. Apenas se baja el profesor de la mula, corre Doña Martha a recibirlo y con una sonrisa en la cara mira el costal en el que está el mercado, lo recibe y presurosa se dirige a la cocina de la escuela para organizarlo y empezar a preparar el desayuno para los niños y el profesor.

De inmediato Diego empieza a abrir el salón, los baños y su habitación, en la que deja su maleta y con rapidez se cambia para recibir a los niños limpio y con toda la disposición para entregar a sus estudiantes todo de sí. Al salir del cuarto deja en manos de Martha la bolsa con los encargos para los vecinos de la escuela, para que ella se encargue de entregarlos.




Antes de las 8:00 se ven llegar desde todas las esquinas de la escuela los niños, todos con una enorme sonrisa en sus rostros, gotas de sudor en sus frentes y sus botas llenas de  pantano, que con mucho cuidado limpian y sacuden para no ensuciar el patio. A las ocho en punto ya están todos los estudiantes en la escuela y tras el saludo amable de Diego, todos se forman en filas dependiendo del grado, 3 niños en la fila de preescolar, 5 en la de primero, 4 en la de segundo, 6 en la de tercero, 2 en la fila de cuarto y 8 en la fila de quinto.
Después de la bienvenida y de elevar la oración al Espíritu Santo, se toma la asistencia y dentro del salón se da inicio a la clase de español, Diego entrega  las guías de trabajo a cada uno de los estudiantes excepto a los de transición y de primero, a quienes reúne en una de las mesas hexagonales para darles las explicaciones pertinentes.

A las diez de la mañana sale todo el mundo al patio para disfrutar del descanso y del desayuno que Martha ya tiene servido en el comedor, los niños comen presurosos para tener tiempo de un picadito. Mientras tanto Diego habla con Martha sobre la minuta para la semana y le recuerda que ese mercado debe durar para los próximos 15 días.

Al terminar el descanso los chicos continúan con la clase sociales, cada uno con su guía, a su ritmo y apoyados en el profe cuando no entienden el tema o la actividad que se propone en la cartilla. Al medio día ya se siente el olor que sale de la cocina y que les anuncia que el almuerzo ya está listo.
Desde las doce y hasta la una todos almuerzan, los niños juegan, Martha lava los platos y Diego toma una pequeña siesta que le ayuda a reponer las fuerzas y el aliento que perdió durante el viaje en la mañana. A la una se da comienzo nuevamente a las actividades académicas, esta vez con el proyecto de la Huerta, en esta oportunidad pasarán por pequeños grupos a quitar la maleza, la basura y a hacer una limpieza general del pequeño cultivo de cilantro que con tanto empeño y cariño han estado cuidando desde el día que empezaron con él.

Durante este trabajo solo se escuchan las risas inquietas de los niños, los proyectos derivados de la cosecha de cilantro, una que otra “mala palabra” que es corregida por el profe y cómo los más grandes le enseñan a los pequeños el arte de la agricultura, les indican la manera correcta de arrancar el pasto que crece a lado y lado de cada planta, cómo regarla y demás actividades propias del campo. Siendo las 3 de la tarde, uno a uno, los estudiantes se lavan las manos y la cara, se despiden y emprenden el camino de regreso a casa, camino que para algunos niños representa una hora de viaje, que sin ningún reparo recorren día a día para llegar a la escuela.       

Doña Martha se despide de Diego deseándole una buena noche  y se va para su casa, y el profe cierra las puertas del baño, la cocina y el salón y se dispone a descansar un rato en la habitación que la escuela tiene para el maestro. Diego no podrá ver a su familia hasta el próximo viernes ya que la lejanía de la vereda le obliga a permanecer toda la semana allí, acompañado en las noches del sonido de los grillos y una que otra rana que se encuentre cerca. Sin  embargo, Diego se siente feliz y asume su labor de docente con la misma responsabilidad que los maestros del pueblo la asumen puesto que toda la vereda tiene sus esperanzas puestas en él; dedica su semana entera a la comunidad de Guayabal, los fines de semana visita el Comité de Cafeteros para buscar insumos para la huerta de la escuela y para buscar quién le enseñe uno que otro truco para que la cosecha de cilantro de sus estudiantes sea bien productiva. Al salir de allí, saca la hoja arrugada de su pantalón en la que tiene escritos la lista de encargos y a medida que pasa de tienda en tienda comprándolos, los va tachando para evitar equivocarse, y así recorre los supermercados, las veterinarias, compra medicamentos y uno que otro dulce que de pronto pueda agradarle a sus niños.


Terminando la tarde se sienta a preparar las clases para la semana próxima, actividad a la que dedica varias horas y al concluir ésta, toma un baño y ahora sí se dedica a descansar, tal vez a darse un paseo por el pueblo, o a tomarse unos tragos, a dormir  o a ver televisión… quien sabe? Lo único que sí se puede saber con certeza es que semana a semana Diego pone sus conocimientos, su vida, sus capacidades y todo lo que su labor como docente del área rural implica con el único objetivo de darles a sus niños mejores oportunidades de vida, acceso al conocimiento y otras visiones de mundo que le permitan ver el horizonte con otros ojos.

ANGELA PAOLA ECHEVERRI OCAMPO

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